Hace poco nos llegó la duda de uno de nuestros correctores de textos acerca del significado de una palabra: brocardo. Cuando la escuché, me pareció malsonante, por analogía con algunas palabras que utilizan el sufijo -ardo para conformar un aumentativo apreciativo que, a veces, tiene un sentido despectivo, como en el caso de mozardo (‘mozo robusto’) o bigardo (‘persona muy grande’).

Cuál fue mi sorpresa cuando descubro la alta alcurnia del término en cuestión, así como la trascendencia de la realidad a la que remite. Brocardo proviene del latín brocardae, y se trata de un ‘veredicto, dicho, axioma legal o máxima jurídica, normalmente escrito en latín, que expresa concisamente un concepto o regla evidente’.

Este es un buen ejemplo que ilustra cómo, también en el lenguaje, las apariencias engañan.

 

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