En los últimos años estamos asistiendo a la irrupción de incontables términos de procedencia angloparlante en nuestro lenguaje cotidiano, sobre todo en el ámbito científico-tecnológico y en el comercial. Un apunte para correctores de textos: estas palabras, hasta que no sean aceptadas por la RAE, deben consignarse en letra cursiva en cualquier texto que corrijamos.

Este fenómeno no es nuevo, pues nuestra lengua siempre ha sido permeable a acoger, las más de las veces adaptándolas, palabras de origen extranjero que fuesen capaces de describir nuevas realidades, o bien definir mejor que las palabras autóctonas las realidades a las que se refieren. Lo que sí es nuevo es el progresivo desplazamiento de términos que ya existían en castellano por otros que, aun no añadiendo información adicional ni restringiendo mejor el significado, se imponen por razones de prestigio o simplemente por moda. A veces, se llega al extremo de que nos encontramos con correcciones en las que el lenguaje es una amalgama de palabras españolas y extranjeras y el resultado es un texto que visualmente se resiente por el uso excesivo de tipografía cursiva.

No obstante, existen algunas palabras extranjeras que, pese a que puede parecer que no aportan nada nuevo respecto de su correlato en español, sí que presentan, a mi entender, una carga histórica, filosófica o emocional que puede hacer preferente su uso.

Este es el caso de la palabra origami. Esta palabra solo presenta una acepción en el DRAE, remitiendo a su sinónimo de origen español: papiroflexia, que se refiere al ‘Arte de dar a un trozo de papel, doblándolo convenientemente, la forma de determinados seres u objetos’.

¿Podemos afirmar que ambas palabras remiten exactamente a la misma realidad? Aparentemente sí, pero aquí entra en juego el conocimiento de la idiosincrasia japonesa y su forma peculiar de afrontar determinadas acciones con un sentido ritual del que carecemos en Occidente.

Cuando un japonés está practicando origami, está realizando un acto que va mucho más allá de la simple manipulación de un trozo de papel. El individuo que lo practica dota a este acto rutinario de una carga simbólica que lo convierte en un acto ritual. Equipararlo sería como si consideráramos que alguien está sesteando cuando vemos a alguien inmerso en un proceso de meditación. O que dijésemos que alguien está pintando letras si practica el arte caligráfico. O que está tomando un simple té obviando el ritual del té japonés. Otros ejemplos que nos ruborizarían por nuestra incultura serían, por ejemplo, decir que alguien que comete seppuku simplemente se ha suicidado, o pensar que una pareja de japoneses se ha ido al valle del Jerte a ver cerezos en flor en lugar de a disfrutar de su hanami, tradición japonesa basada en la observación de la belleza de las flores.

Así pues, cuando estés haciendo una pajarita de papel, párate un instante: presta atención a tu respiración, mueve con suavidad y plena consciencia tus dedos y olvídate de todo lo ajeno al acto que estás realizando. Comprobarás como, poco a poco, estarás dejando de hacer papiroflexia para comenzar a practicar origami.

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